lunes, 30 de agosto de 2010

:: Marcelo Valdés en Para Qué Poetas ::





El trabajo de Marcelo Valdés es el que hace falta en estos días. 

Su ironía y poder en la construcción de las metáforas ultra-urbanas,  dan cuenta de un mundo el cual nos patea, nos insulta, nos censura y nos somete a un estrepitoso caminar cotidiano, donde sobran los reclamos y faltan las ganas de atrevernos a decir las cosas por su nombre: "Sea por lo que sea, se comunica URBI ET ORBI que nuevamente por ahora...los pobres deberán seguir esperando". 

"El rey de la Mala Cuea" o "Cerrado por Remodelación" expresan ese puro Chile que echamos de menos en la poesía...esa poesía donde aparece el día a día que pasa sin pena ni gloria por nuestras vidas...en esa "cuestión súper aburrida que alguna vez nos pasaron en el colegio"

Poesía Urbana como la cueca, llena de ese Santiago y sus rincones, donde sobran las vivencias...

Y la Declamación de Marcelo cuento aparte: Escupida con fuerza en los oídos para que nadie quede incólume...como debe ser !!!

Usted puede leerlo en http://www.marcelovaldes.tk/ o agréguelo como amigo en Facebook http://www.facebook.com/marxcelovaldes 


no se arrepentirá.



El Rey de la Mala Cuea.

Paso Sin querer debajo de todas las escaleras
y me cagan las palomas desde lo alto.
Se me derrama la sal y el azúcar en la mesa
y el aceite y la mayonesa en la camisa que recién había lavado.
Se me cruzan todo los gatos negros
(incluso en botellas y en cajas de Tetra Pack)
y se me acaba de los vasos casi tan rápido
Como comienzan las ganas de seguir tomando.
Me cantan todos los gallos tarde en la noche
y cruje la casa entera tipín doce...
Nunca he encontrado un trébol de cuatro hojas
Ni una mujer que me quiera.
Nunca me he topado con una herradura
Ni he encontrado en la calle un billete de a luca.
Pero me sale agua hasta en la sopa
y cumbias hasta en las fondas.
Me salen curas hasta en la tele
y canciones fomes hasta en la radio.
Me salen conocidos hasta en las peleas de perros
y mi cara hasta en el espejo.
Mi billetera esta vacía, mi cuenta sobregirada
Mi revolver no tiene balas.
Mi mujer me engaña con mi mejor amigo
Que además me debe plata.
Cuando esperaba ese tan importante llamado,
cuando venían a mí las ideas,
cuando necesitaba comer algo
me cortaron el teléfono, la luz y el gas, y también
El agua mientras el pelo con champú me lavaba.

Paso sin quererlo por sobre toda la caca de los perros
y se ríen de mí los niños pelo de chuzo desde lejos.
Se me cruzan todas las procesiones
y las marchas cuando voy apurado
y tengo un hijo Hiphopero que todas las mañanas llega curao,
Dios es mi copiloto y Satanás maneja un Foto-radar;
mi ángel de la guarda se guardó bien fondeado, y últimamente Cupido
Sólo me lanza escupidos.
Y es que el amor no golpea mi puerta, pero sí lo hacen los Ratis,
Los cobradores y los Mormones.
Y me salen delincuentes hasta en el Estadio
y sinvergüenzas hasta en el Congreso.
Me salen engrupidos hasta en las peñas
y gitanas hasta en el Cerro;
me salen macheteros hasta en la esquina
y tarados hasta en el Metro.
Me llueve sobre mojado, me truena sobre empapado.
Mi hada madrina está en la ruina,
mi doctor de cabecera se descabezó,
a mí siquiatra lo encerraron por loco,
A mi confesor por pedófilo.
Me echaron del trabajo
y el finiquito me lo robaron en la mañana en la que iba a pagar
la cuenta del Hospital Público por el ataque cardíaco
que me provocó él haber caído en la cárcel
por haber intentado comprar
unos discos pirateados mal grabados
De Marchas Militares en el Paseo Ahumada.

Se secó la planta de ruda, se me hizo añicos el Buda,
Se pudrió la pata de conejo y mi hijo mayor me dice “viejo”.
Se me tapó la taza del baño,
se me acabó la tarjeta del Celular,
el papel del Fax, se me cayó el Sistema,
se me saltaron los Compacs, se me reventó el Calefont,
se me enredó la cinta, me entró agua al bote,
se me apagó la tele, se me voló la techumbre, perdí la señal...

Se me perdió el boleto ganador de la Lotería,
cuando se nos quemó la casa recién comprada y llovida
en el incendio que provocó el cigarrillo que le prendí al equeco
que me regaló con tanto cariño mi primo aquella tarde
Antes de haber muerto atropellado por un camión de Endesa.
Se me quemó el arroz, se me quebró el acuario,
se perdió el motorista que me traía la pizza,
me tragó la tarjeta el Cajero Mático,
mi auto no parte y a mí se me partió el corazón
cuando supe que mi ex amante,
No era totalmente mujer como yo creí.

En el juego ni un punto,
En el amor ni un puto... siquiera.
Me gané el subsidio en una villa de pacos
y una beca para estudiar en la Gabriela Mistral,
me gané una subscripción al Mercurio
y me llamaron del Mac Donalds para ir a trabajar.
Mi cruz se hizo cara, mi cara se está arrugando
y mientras me afeitaba el espejo se quebró.
No me cantan los grillos, pero si los tuetues,
Los evangélicos y las sirenas de Seguridad Ciudadana.
Dejé embarazada de sextillizos a la empleada
sin contrato de 17 años por culpa del condón
que se me rompió justo cuando comenzaba a eyacular
a los diez segundos de haber iniciado el acto sexual...

Y más encima vivo en una ciudad fea, estrecha y bulliciosa,
con seis emergencias ambientales al año y en una comuna,
Con un vertedero y un alcalde facho.
¡Yo soy así, soy el rey de la mala cue’a ¡...
y siempre que la gente me escucha
después me quiere sacar la chucha
y otros que junto a sus nenas
Se ríen de estas desgracias ajenas.
¡Yo soy así, soy el rey de la mala cue’a,!...
y aunque me esfuerzo por no hacerlo
más encima siempre termino escribiendo
tonteras fomes como éstas,
como éstas,
como éstas,
como éstas
¡¡¡Pucha que soy quemao!!!

domingo, 22 de agosto de 2010

:: Carlos Pezoa Véliz en Para qué Poetas ::

PEZOA VÉLIZ, UN POETA QUE MIRABA LA LLUVIA






A pesar de que la trayectoria humana y literaria de Carlos Pezoa Véliz no es misteriosa todavía existen desacuerdos de sus biógrafos y estudiosos acerca de la fecha de publicación de algunos de sus mejores poemas y de ciertos detalles claves de su historia.

No hay dudas de que se trata del mayor poeta chileno de comienzos de siglo. Apenas unos diez poemas magistrales lo señalan como una voz inconfundible y de certero vuelo. 


Definitivamente Pezoa Véliz fue un innovador de viejos modelos y el iniciador de una gran vertiente en la poesía chilena que a poco andar de su desaparición física -en 1908- tendría continuación en la obra de Gabriela, Neruda, De Rokha e incluso Huidobro. La justicia del tiempo le ha conferido al autor de “Tarde en el Hospital” el lugar que le corresponde. Es el nombre inaugural de un gran siglo de la poesía chilena.



EL NIÑO DE LA PLAZA ALMAGRO

Nació en Santiago el 21 de julio de 1879 en los alrededores de la Plaza Almagro. Una buena parte de su existencia y del nacimiento de su poesía tuvieron como telón de fondo las calles San Diego, Eyzaguirre, Diez de Julio, Gálvez. Un barrio de obreros, de artesanos, de pequeños negocios, de prostíbulos y casas destartaladas a escasa distancia del centro de la ciudad y de las sedes de los poderes del Estado.


Tenía doce años cuando estalló la Guerra Civil contra Balmaceda. Se decía que el Presidente había violado la Constitución y que era necesario terminar con su dictadura. La gran convulsión comprometió a todos los sectores sociales. Santiago se convirtió en un campo de batalla en el que los trofeos eran los pianos o los sillones de los balmacedistas ricos cuyas casas fueron saqueadas por multitudes desaforadas que arrojaban a la calle cuanto había en los salones.
En uno de sus diarios de vida Pezoa recuerda haber disparado un balazo sobre una pared de la calle Eyzaguirre. Al parecer los regimientos alzados y también los leales repartían armas en los barrios y una de ellas llegó a manos de Pezoa que la usó como juguete. Después se daría cuenta que estaba en el bando equivocado. Balmaceda no era el villano que pintaban los conservadores sino un mandatario visionario y patriota.

No está claro quienes fueron los padres verdaderos del poeta. La madre, al parecer, fue una empleada doméstica y su padre un emigrante español. A los cinco años fue adoptado por el matrimonio formado por José María Pezoa y Emerenciana Véliz. La pareja no tenía hijos y eran dueños de un modesto negocio de venta de carbón, leña y artículos de vidrio en los alrededores de la Plaza Almagro. Se preocuparon de la educación del niño y lo adoptaron con todas las formalidades legales.


El muchacho era rubio y apuesto, de modales distinguidos que le hacían diferente a los adolescentes del barrio. Estudió en la escuela primaria número tres de la Plaza Almagro y en 1892 ingresó al primer año de Humanidades al Instituto Nacional. No duró mucho allí. Era indisciplinado y travieso y le expulsaron. Fue recibido luego en el Colegio de San Agustín. Ahí recibió clases de filosofía, gramática y literatura del profesor Enrique Oportus, un humanista bohemio. No tuvo dificultades para terminar la educación secundaria y dar el bachillerato que aprobó con buen puntaje.


En 1898 no tenía claro el camino a seguir. La vida política del país se agitaba de nuevo. Se creía que era inevitable una guerra con Argentina. Fue reclutado e ingresó al cuartel Tercero de Línea en carácter de guardia nacional, un rango al que era acreedor por su educación. Los simples soldados eran en general jóvenes analfabetos. Allí conoció al prusiano General Körner contratado para convertir al Ejército chileno en una réplica del severo militarismo alemán.
La vida en el regimiento le resultó penosa. Presenciaba todos los días la aplicación de la pena de azotes a los reclutas indisciplinados, con la guardia formada y un oficial que “como estatua cubierta de galones contemplaba la salvaje escena”. Escribió un cuaderno que llamó “Vida Militar” en el que describe los desfiles, las conversaciones de sus compañeros, los temores y todas las incidencias del cuartel. Expresó su condenación “a los ejércitos improvisados con la carne de cañón de tantos pobres diablos”.


Existe una foto donde aparece con uniforme de subteniente junto a su madre adoptiva, doña Emerenciana Véliz.


Rápidamente se dio cuenta de que no tenía aptitudes militares. Abandonó el regimiento a pesar de no divisar otra perspectiva laboral. Frecuentaba algunos círculos anarquistas y se dio a la vida bohemia. Había escrito algunos poemas en el cuartel y los publicó en periódicos de ínfimo tiraje como “El Clarín” y “La Nueva República”. El crítico Armando Donoso expresó un juicio lapidario sobre esos versos: “Escribe sobre todo y todo lo niega y demuele”.

UN “INCAPAZ DE TODO”

Consiguió un empleo como profesor auxiliar de catecismo y castellano en la Escuela San Fidel (ubicada en Diez de Julio entre San Diego y Gálvez), establecimiento sostenido por una congregación de monjas cuyo director era un español cojo. Después de un año de ejercicio fue despedido del cargo, luego de un mal examen de sus alumnos y  porque la madre superiora dudaba de su catolicismo. El propio Pezoa reconoció que sus rendimientos en el colegio no habían sido ejemplares: “Me porté bastante mal. Falté a clases como cincuenta veces en el año”.
Era un hombre atormentado, con frecuentes dolores de cabeza y una neurosis incesante. El 16 de mayo de 1900 le escribió a su amigo Ignacio Herrera Sotomayor: “Cada día hago nuevos descubrimientos en mi carácter, descubrimientos desconsoladores que caen sobre mi espíritu con toda la seca pesadez de una paletada de tierra arrojada a un sepulcro que se cierra para siempre”. Se describe como: “Ignorante, flojo, débil, cobarde aturdido, enfermo, despreciado, incapaz de todo”.
Decidió huir de Santiago y tal vez viajar a Juan Fernández y convertirse en un Robinson Crusoe dedicado a la poesía. Su único equipaje fue una maleta de madera. Lloró mientras esperaba el tranvía hacia la Estación Mapocho junto a su amigo Ignacio Herrera. No llegó más allá de Valparaíso. Regresó a los pocos días sin un centavo en el bolsillo y con un negro ánimo de derrota. Estaba enamorado de Lorena Lecaros, una especie de Dulcinea a la que le dedicaba cartas y versos encendidos. Otro de sus amigos, Leopoldo Moya, conoció a la amada y la describe como “una mujer pintarrajeada y asquerosa” y agrega que era “pensionista de un burdel”.
Vivía en un conventillo, lejos de su hogar y disgustado con su familia. Para sobrevivir se unió al versificador ciego Juan Bautista Peralta para publicar una hoja de “La Lira Popular” que se vendía en el mercado central o en el Matadero. Usaba el seudónimo de Juan Mauro Bío Bío. Glosaban la crónica roja: un crimen en la calle Puente, un fusilamiento en Iquique, un bandolero campesino. Y como las entradas no eran suficientes Pezoa trabajó como calador de sandías en la Vega.
Estudiaba contabilidad y francés en un Instituto Comercial. Le eligieron secretario del “Ateneo Obrero” que tenía un buen local en Alameda frente a la Iglesia de San Francisco. En torno al Ateneo giraban personajes famosos del Partido Democrático: Malaquías Concha, Estanislao del Campo, Alejandro Bustamante, Artemio Gutiérrez. Realizaban recitales poéticos y acaloradas discusiones sobre el destino de Chile y el mundo.
Pezoa se ubicaba entre los rebeldes. Le parecía que la sociedad chilena era injusta y gazmoña; que las desigualdades eran aberrantes; que la vida literaria era elitista y pobre. Tenía fama de irónico e irascible. “Sin fe en nada -escribe- he adquirido un carácter burlón que me va convirtiendo en filósofo mientras huyen como golondrinas mis impresiones de poeta”.
Había concebido algunas ilusiones con su “Oda a la Independencia de Chile” que presentó a un concurso en el que no fue premiado. Jamás consiguió ningún galardón literario y no publicó libro alguno mientras vivió.

BAUDELAIRE CRIOLLO

Un día vio pasar por la calle San Diego a la famosa soprano Sofía del Campo y le impresionó su belleza: “He paseado por la calle San Diego y he visto a Sofía del Campo, mujer inimitablemente hermosa, joven, tan linda que es difícil encontrar palabras que puedan modelar su hermosura sublime”.


No obstante su fascinación por las mujeres bellas decidió dar un viraje en su poco exitosa poesía. En 1900 hizo una declaración de principios: “Hasta aquí he cantado lo bello. Ahora voy a cantar lo feo, lo repugnante”. Le mostró a Herrera Sotomayor unas cincuenta poesías con esos temas escritas en pocas horas. El amigo las desaprobó. Pocos en Chile habían leído a Baudelaire y sus “Flores del Mal”. Estaba en boga “Naná” de Zolá que se leía como una novela prohibida. Era un libro favorito de Pezoa y del que extrajo un ideario estético.


Por fin, el 18 de junio de 1900, logró un trabajo estable. Ocupó el cargo de furriel en la escuadra de escolta del Ministerio  de Defensa. Su tarea era archivar papeles. Estaba sometido a un riguroso horario y a una disciplina de burócrata militar que le fastidiaba. No duró mucho tiempo en el empleo. El 19 de noviembre de ese mismo año fue dado de baja “por incompetencia para llevar la documentación”.
Conoció entonces a Augusto D’Halmar, un joven y elegante escritor de imponente figura que deslumbraba al auditorio en el Ateneo de Santiago en las veladas realizadas en el Salón de Honor de la Universidad de Chile. D’Halmar le concedió el honor de acompañarle en largas caminatas y le hablaba de sus lecturas de la Biblia y de una colonia tolstoyana de escritores dedicados a leer la Biblia y a trabajar la tierra. Pezoa le pidió que lo incluyera pero su destino tuvo luego un giro que lo salvó de sus incesantes pellejerías.


En 1902 se estableció en Valparaíso. El 3 de agosto de 1903 fue recibido por la joven intelectualidad del puerto en el Ateneo de la Juventud. Recitó varios de sus poemas, entre ellos “El organillo” y “El Tren”. Habían pasado ya las penurias de sus primeros meses. El escritor Víctor Domingo Silva descubrió horrorizado que el joven recién llegado le hacía compañía a los serenos de un edificio junto a sus fogatas nocturnas y dormía en un lecho de sacos. Decidieron buscarle un dormitorio. El hermano de Víctor, Jorge Gustavo, era bibliotecario del Club Naval. Ubicaron allí el más cómodo de los sillones y solucionaron el problema. Pezoa dormía cubierto de diarios. Todas las noches le encerraban en la biblioteca y en las mañanas le sacaban del encierro para llevarle a desayunar.


D’Halmar hizo tal vez el mejor retrato físico del poeta: “Su voz impregnada de algo acerbo y mordaz como la brisa del mar sonaba desapacible, su paso era desigual como sus expresiones. En su boca sardónica brillaba inmoderadamente una tapadura de oro. Tenía finas las manos y las uñas cortas. Se veía que había peinado a la fuerza sus cabellos y sus ideas, que no lograba vestirse sino apenas disfrazarse de joven decente”.


El lapso entre 1902 y 1906 fue, pese a la neurosis y la mala salud del poeta, la mejor etapa de su vida. En 1902 consiguió en Viña del Mar un puesto de profesor en el Instituto Inglés. En ese tiempo escribió sus mejores poemas y editó un periódico satírico de buena acogida. Fundó el “Cenáculo del sol” para reunir a los poetas populares a versificar contrapuntos sobre lo humano y lo divino. El poeta Zoilo Escobar era uno de los mejores payadores. Pezoa también frecuentaba una Filarmónica anarquista donde “Se bailaba con señoritas obreras, se hacían peroratas enternecedoras sobre la fraternidad de la clase trabajadora, se improvisaban discursos líricos sobre los encantos de la mujer”.


Además de sus clases en el Instituto Inglés encontró una fuente de buenos ingresos: fue agente de avisos del diario “El Chileno” de gran tiraje. Las ganancias le dieron confianza en sí mismo. Compró trajes, arrendó un departamento confortable, se convirtió en un joven elegante amigo de los pobres.


En 1904 D’Halmar fue el primer auditor de “Pancho y Tomás”. El Ateneo de Santiago, dirigido por Samuel A. Lillo, le invitó a leer el poema a la capital en una velada realizada el 25 de junio de ese año. Pezoa viajó especialmente desde Viña. D’Halmar fue a esperarle a la Estación Mapocho. El diario “El Ferrocarril” comentó al día siguiente: “El señor Pezoa Véliz recitó sus versos sobre escenas campestres que le merecieron las más calurosas felicitaciones por la riqueza de su rima, la originalidad del desarrollo y el exuberante colorido de los cuadros”.
Nadie reparó en la fuerte crítica social del poema.

DE VUELTA DE LA PAMPA

En 1903 falleció su madre adoptiva y al poco tiempo el padre fue atropellado por un tranvía eléctrico que le cortó las dos piernas.
En 1905 el diario obrero le financió una gira periodística por la pampa salitrera. Pezoa quería, además, escribir un libro sobre el norte grande que llamaría “Tierra Bravía”. Estuvo en la oficina salitrera “Pampa Central” y en Chuquicamata. Le impactó la vastedad del desolado paisaje, la vida dura de los mineros, su primitivismo, sus salarios miserables:
“Hemos dejado el mineral de Chuquicamata donde asola el ánimo entristecido de quince infelices apuñalados en las fiestas de pago. Son las doce de un día hermoso, bajo el cual los cerros vecinos presentan la impasibilidad de sus laderas cuajadas de cobre”. Le llamó la atención la vida de gran cantidad de argentinos que eran trabajadores de la pampa y que habían impuesto algunas de sus costumbres como tomar mate a toda hora.
Estuvo en el Norte seis meses, escribió numerosos artículos y el relato “El Taita de la Oficina” además del poema “De vuelta de la pampa”: “Ya no hay carros en la rampa / la huella se larga en ella / la mula su paso estampa / y asoma una que otra estrella / como si ansiaran ver la pampa”.
Ese mismo año ingresó en Viña del Mar al Partido Liberal Democrático. Formó parte de la comisión de prensa del candidato presidencial Pedro Montt que resultó elegido. A partir de ahí su suerte cambió. El nuevo Alcalde Juan Magalhaes le designó secretario de la Municipalidad. Pezoa se dio a la tarea de reunir sus poemas para publicar el libro que todos le exigían. Nunca logró armar el volumen. Su producción le parecía detestable, apenas salvaba algunos poemas y se comprometió con el mismo a escribir otros, dignos de figurar en páginas permanentes. Sus ideas socialistas no le impedían vestir con esmero, lucía trajes de buenos paños y cortes, guantes, sombreros a la moda y hasta un bastón británico. Le gustaba rodearse de gente de buena situación económica y de viajeros que volvían de Europa y eran lectores de novedades literarias.

LA NOCHE DEL TERREMOTO

La vida le sonrió hasta el 16 de agosto de 1906. Ese día asistía a una tertulia en la casa de la familia Dagnino en la calle Traslaviña de Viña. De pronto sintieron unos sacudones terribles y cayeron las lámparas y los cuadros. Todos huyeron hacia la calle. Las casas de los alrededores empezaron a derrumbarse. Todo Valparaíso y Viña se estremecieron en unas convulsiones de la tierra que parecían interminables. “A los primeros sacudones -dice el cronista Aliaga Onel- toda la familia huyó pero el poeta lo hizo con tan mala suerte que al atravesar el patio quedó atrapado bajo una muralla. Habría quedado ahí si no hubiese gritado “señorita Isabel, sálveme, no me abandoné” (Isabel era la hija menor de la familia y tenía sólo 16 años). Lo rescató de entre los escombros de la muralla. El poeta quedó con las dos piernas fracturadas y perdió casi todos los dientes.
Esa noche llovía torrencialmente. Toda la región quedó a oscuras. El caos era indescriptible. No fue posible llevar al poeta sangrante y fracturado a una posta de primeros auxilios. Pasó toda la noche bajo una carreta en medio de dolores atroces. D’Halmar dice que lo encontró al día siguiente en la destruida Asistencia Pública de Viña. Se preocupó de llevarlo de inmediato al Hospital Alemán de Valparaíso donde fue hospitalizado en el pensionado. Ocupó una habitación amplia junto a un patio que lucía un hermoso pimiento y desde la cual se dominaba el panorama de Valparaíso destruido. Allí en cama escribió su poema “Tarde en el hospital Alemán”. El nombre del lugar fue suprimido en las primeras publicaciones del poema y por eso se creyó que había sido escrito en Santiago, en el Hospital San Vicente, lo que no es cierto.
Estuvo internado en el Hospital Alemán hasta octubre de 1906. Apoyado en dos muletas salió de allí a comienzos de noviembre. En el hospital le escribió cartas desesperadas a sus amigos: a Fernando Santiván, Guillermo Labarca Huberston, Augusto D’Halmar, Víctor Domingo Silva.
Sus correligionarios del Partido Liberal Democrático consiguieron que su nombre figurara en el libro de actas de la Municipalidad para conservarle el cargo y el sueldo.
La salud de Pezoa Véliz empeoraba y volvió al hospital. Los médicos diagnosticaron que padecía de una apendicitis crónica y decidieron operarle. La intervención tuvo desastrosas consecuencias: la herida no cicatrizó. Los amigos decidieron trasladarlo a Santiago con la esperanza de que lo trataran mejores médicos. Para tales efectos le internaron en el hospital San Vicente. La prolongada enfermedad y el fin del sueldo municipal habían dejado sin recursos al enfermo. Pasó del pensionado a una sala común denominada “Nuestra Señora del Carmen”. Allí le trato el Dr. Eduardo Cienfuegos que estableció que la causa de que no cicatrizaran las heridas tenían su origen en una tuberculosis al peritoneo. La tuberculosis pasó luego a los pulmones y se hizo general.

LARGA AGONÍA

El escritor Leonardo Peña, que acudió a verle al hospital y que presenció su larga agonía, recibió una dolorosa impresión: “La primera vez que le ví en su lecho de enfermo tenía el hermoso aspecto de un santo: grandes aureolas circundaban sus pesados párpados aumentando la intensidad religiosa de sus pupilas. Su frente parecía henchida del fervor taciturno de las ideas”.


El Dr. Cienfuegos fue el testigo más próximo de su larga agonía. Informa: “Las continuas pérdidas de peso le habían sumido en una flacura enorme. Estaba atado a aparatos clínicos. Debido a la herida en el vientre tenía adherido un estercolero. Era lamentable que tuviese que soportar su fetidez diaria. Cuando le hacíamos curaciones decía blasfemias. Parece que aquello le aliviaba”.


Un día le visitó D’Halmar de rigurosa etiqueta. Partía a la India. Venía de despedirse del Presidente Montt antes de hacerse cargo de un consulado en Calcuta. Pezoa le dijo “Que se vaya a ir solo!. Usted tan mal armado para las luchas cuando me debía haber llevado a mí que soy apto”.


En marzo de 1908 la revista “Sucesos” de Valparaíso hizo un llamado a los escritores a que fuesen a visitar al poeta al hospital. Viajaron a Santiago Zoilo Escobar y Víctor Domingo Silva que apenas pudieron contener las lágrimas en presencia del enfermo.
En esos días el poeta le dijo al Dr. Cifuentes “Sé que voy a morir pero lo único que deseo es llegar hasta la primavera para dar un paseo en coche contigo desde la Estación Central al Cerro Santa Lucía y ver las encinas verdes y la gente aunque sepa que después me voy a morir”.



Se aferraba al Dr. Cienfuegos como al ser más querido. “Se fue convirtiendo en una especie de hijo mío” dijo el médico.


En las últimas semanas en el hospital vivía a fuerza de morfina. Su agonía duró cinco días. Uno de sus últimos deseos fue que su libro se llamara “Las Campanas de Oro”. Le pidió a Cienfuegos que lo editara con el producto de la venta de sus muebles y de su biblioteca.
Murió en la mañana del 21 de abril de 1908. Fue sepultado en un nicho perpetuo del Cementerio Católico junto a sus padres adoptivos.


Cuatro años después, en 1912, Ernesto Montenegro reunió numerosos poemas de Pezoa Véliz en un volumen que llamó “Alma Chilena”. En 1927 Armando Donoso hizo otra selección. Le agregó un estudio biográfico que contiene errores. Una biografía de Antonio de Undurraga publicada en 1951 destaca diez poemas fundamentales que le dan gloria a Pezoa Véliz y que fueron escritos en sus últimos años, los más fecundos de su creación. Ellos son “Pancho y Tomás”, “Tarde en el hospital”, “Teodorinda”, “El Pintor Pereza”, “A la criada”, “Fecundidad”, “El Organillero”, “De vuelta de la pampa”, “Entierro de campo”, “Una astucia de Manuel Rodríguez”.
Murió a los 29 años. Dudaba del valor de su obra. Noventa años después su poesía vive.









Luis Alberto Mansilla





sábado, 21 de agosto de 2010

:: Alejandra Pizarnik en Para qué Poetas ::



Consta en el registro que Alejandra Pizarnik nace el 29 de abril de 1936. Su raigambre es ruso-judía, y ésa es la identidad que defienden sus padres, llegados a la Argentina tras haber permanecido algún tiempo en París, donde vive un hermano del cabeza de familia,  Elías Pozharnik.

Ya habrá notado el lector una variante en la ortografía del apellido, un hecho atribuible, según la versión de César Aira, a «uno de los muy corrientes errores de registro de los funcionarios de inmigración. Tenía veintisiete años, y no hablaba una palabra de castellano, lo que era el caso asimismo de su esposa, un año menor, Rejzla Bromiker, cuyo nombre pasó a ser Rosa».

Con los Pizarnik instalados en la capital argentina, el árbol genealógico acoge a dos niñas: Myriam y Flora, más tarde llamada Alejandra. El clan ocupa una espaciosa vivienda en Avellaneda, mantenida gracias al negocio de venta de joyería al que se dedica Elías.

El destierro, por doloroso que parezca, es en este caso providencial, pues el resto de los Pozharnik y Bromiker, «con excepción del hermano del padre en París, y la hermana de la madre en Avellaneda, pereció en el Holocausto, lo que para la niña debió de significar un contacto temprano con los efectos de la muerte» (César Aira, op. cit.).

Esa experiencia infantil de Alejandra es bastante liberal, de acuerdo con el criterio de su progenitor. En 1954 concluye los estudios secundarios y comienza un periodo de titubeo académico.

A medio camino entre las aulas de Filosofía de la Universidad de Buenos Aires y las de la Escuela de Periodismo, la joven procura descubrir una vocación literaria que le anima a seguir el catedrático de Literatura Moderna, Juan Jacobo Bajarlía.

Ya por estas fechas, «la fascinación de la infancia perdida —escribe Enrique Molina— se convierte en ella, por una oscura mutación que cambia los signos, en la fascinación de la muerte, igualmente deslumbradora una y otra, igualmente plenas de vértigo».

Ahora sabemos qué la condujo al taller del pintor surrealista Batlle Planas. Por algo recuerda Aira que los cuadros de Batlle reproducen escenas espectrales, «con algo de Tanguy y algo de Arp o Miró. El interés de la poeta en este tipo de pintura deriva evidentemente de su figuración metafórica; sólo admitió una desviación hacia la pintura llamada naïf, que fue una escuela floreciente en la Argentina en ese entonces».

Al ingreso en la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires le sigue una primera decepción académica. Posteriormente, intenta completar la carrera de Letras entre 1955 y 1957. Al final, intuye que su lugar está en la Escuela de Periodismo de la calle Libertad. En concreto, le atrae la cátedra de Literatura Moderna que dicta Juan Jacobo Bajarlía. Gracias en parte a Bajarlía, la mirada fascinada de la joven lectora se posa en Joyce, Breton, Proust, Gide, Claudel y Kierkegaard.

No es extraño que a ese recorrido le siga una clara atracción por los surrealistas. Como han observado diversos biógrafos, este afán surrealista también halla su traducción en la terapia psicoanalítica que sigue con León Ostrov.

Con todo, más allá de estas sutilezas, Alejandra juega a convertirse en reportera, y llega a asistir al Festival de Cine de Mar del Plata de 1955. Pero la experiencia periodística queda apartada en beneficio de otras inquietudes.

En 1955, imponiendo poco a poco su personalidad en los círculos literarios, la joven también conoce al poeta Antonio Requeni, se gana la simpatía de Raúl Gustavo Aguirre y cultiva una amistad casi fraternal con Elizabeth Azcona Cranwell. No obstante, el rastro amistoso de Requeni es menos perecedero gracias a la imprenta. Recuérdese que, tres meses después del fallecimiento de Alejandra, este autor publicó en el Clarín del 28 de diciembre de 1972 la nota Un destino más vasto que la muerte, formando un retablo necrológico junto a dos excelentes poemas de la difunta: «A Janis Joplin» y «Al Alba Venid».

El asma y la tartamudez influyen en su carácter. En vista de semejante aprisionamiento somático, don Elías cuida a su hija: costea su primer libro, La última inocencia (1956), e incluso llega a abonar los honorarios del psicoanalista que intentará poner en orden el desván sentimental de Alejandra.

De hecho, ni la pintura ni la poesía bastan como terapia, y ella experimenta el breve y peligroso fenómeno psicodélico de las anfetaminas. También cura el dolor con analgésicos y frecuenta los somníferos para escapar de la vigilia nocturna.

Con un título alegórico, llega a los lectores la nueva obra de Alejandra, Las aventuras perdidas (Buenos Aires, Altamar, 1958). En este caso, la dedicatoria se dirige a Rubén Vela, quien es compañero suyo dentro del grupo literario Poesía Buenos Aires. Aunque la vinculación de la autora a esta y otras fraternidades poéticas exigiría cierta demora, hemos de conformarnos con recordar acá su amistad con Roberto Yahni y el trato que mantuvo con otras figuras intelectuales, al estilo de Edgardo Cozarinsky y Sylvya Molloy.

Roberto Juarroz, autor de una reseña sobre La última inocencia en las páginas del diario tucumano La Gaceta, enriquece el círculo de amistades de Alejandra y la presenta al círculo de poetas del Grupo Equis, cuyo trato frecuenta hasta este año.

Por otro lado, según nos recuerda Cristina Piña, la escritora de la joven poetisa adquiere un nuevo lustre gracias a ciertas lecturas. En particular, se reconoce en El alma romántica y el sueño, de Albert Béguin, y en De Baudelaire al surrealismo, de Marcel Raymond.

Raymond es un crítico formidable y ese destello que en él identifica Pizarnik emerge con evidencia en las siguientes líneas de este ensayista: «La poesía profunda es un ser que crece como una planta, habiendo sumergido sus raíces en el yo entero; la fantasía más aérea puede engendrar dichos seres, y algunos florecen en el sueño, pero cierto proceso de maduración, cierta tensión espiritual, voluntaria o no, precede y prepara siempre estos partos. Desearíamos ahora que esas imágenes del mundo caminaran en el interior del espíritu, quisiéramos esperar y acechar el instante de su metamorfosis, el instante en que se convertirán en símbolos (como se depositan finos cristales de escarcha sobre una rama invernal) de modo que encarnen a su vez, sin perder nada de su rareza efímera, un movimiento de lo eterno humano».

Pizarnik usa expresiones de esta naturaleza simbólica y las reduce a la dimensión de un poema breve, en la línea de esas diez poesías que le publica la revista Poesía=Poesía en diciembre de 1959 y que, una vez corregidas, reúne en la parte final de Árbol de Diana, titulada «Otros poemas».

El miedo a la muerte, tan abrumador, no es ajeno a este proceso de escritura, y exhibe su importancia al solaparse con el temor a perder la razón.

Alejandra fija su residencia en París desde 1960 hasta a 1964. Durante este periodo cosmopolita, la escritora viene a sumarse al comité de colaboradores extranjeros que convocan los gestores de la revista Les Lettres Nouvelles.

El ángulo de perspectiva para analizar este movimiento debe ser literario, y así debe interpretarse su trato con otro ilustre residente, Julio Cortázar. Repitiendo un rumor que pudo originarse en la propia poetisa, Piña nos dice que Alejandra decía que la Maga de Rayuela era ella, «lo cual puede sonar a pretenciosa petulancia de la poeta joven que revelaba o se inventaba un vínculo amoroso con el escritor consagrado». Y no obstante, «¡qué más natural que identificar a la Alejandra que ‘como una golondrina navega los ríos metafísicos’ con la Maga!».

Claro que no se trata acá de la Alejandra que físicamente estuvo en París y trató a Cortázar, sino de «esa subjetividad que trazan sus poemas y que ‘está dentro del cuadro’ de la misma manera en que la Maga lo está y, por ello mismo, expresa su misma y extrema vulnerabilidad ante ‘la estupidez del día ahí fuera’».

Más arriba he citado a León Ostrov como psicoanalista de Pizarnik. Si bien no hay constancia literaria de sus sesiones terapéuticas, gracias a Ivonne Bordelois disponemos de unas líneas que la joven escribió por estas fechas a dicho personaje, quien además de poeta era profesor de Psicología Experimental en la Universidad de Buenos Aires. «Mi vida aquí va y viene —le dice—, es la corriente de siempre, esperanza y desesperanza. Ganas de morir y de vivir».

El resto permanece en el territorio de la duda: «no sé si volver o quedarme (en mi empleo). Aún no me dijeron que me aceptan definitivamente pero sospecho que así será y después de todo, qué importa volver o no, mejor dicho, importa no volver, importa mi soledad en mi cuartito —que he llegado a querer—, mi libertad de movimiento y esta ausencia de ojos ajenos en mis actos». A no ser por el enamoramiento, «mi vida sería tranquila y posiblemente dichosa, pero esta nueva irrealidad en que me he sumido, este amar absurdo...». Al final, ¿es posible hallar una mejor y más inquietante definición de la extrañeza?

No mucho después de situarse en París, conoce personalmente a Octavio Paz e inicia una fructífera amistad con él. También son significativos para ella las palabras y los afectos de Paul Verdevoye, director del Instituto de América Latina de la Sorbona, Italo Calvino, André Pieyre de Mandiargues y Roger Caillois.

Su actividad no se limita al juego social. De hecho, Alejandra ha de sobreponerse a la inmediatez depresiva y entregarse a una profesión que constituye una buena parte de su identidad: frecuenta las redacciones de las revistas locales, los ciclos de conferencias y las lecturas de poesía en público. Por lo demás, aunque este año concluye Árbol de Diana, el fervor adolescente que conduce sus tristezas y exaltaciones impide que el contento perdure.

Vista desde esta perspectiva, la entrada de su diario correspondiente al 18 de marzo de 1961 explica el jaque mate en el cual se figuraba a sí misma: «Más miedo que antes. Antes mi rostro de niña me excusaba. Ahora, de pronto, me tratan como a una adulta. Ya no me excluyen por mi juventud. Ya no soy tan joven. Mi rostro de niña ya no me protege. Voy a fiestas y me sirven la misma porción, el mismo gesto de indiferencia. Lo descubría ayer. Dije chistes obscenos como siempre y dije varias cosas crueles, pero nadie sonrió con ternura, como solía ocurrir cuando asombraba a todos con mi rostro de niña precoz y procaz ».

Ve publicado su libro Los trabajos y las noches (Buenos Aires, Sudamericana, 1965). También la prensa periódica atiende a su labor, y de hecho, «Palabras» aparece en La Gaceta, de Tucumán, el 22 de agosto de 1965, y los «Pequeños poemas en prosa», llegan a los lectores a través de La Nación, el 21 de marzo de ese mismo año.

Dominada por sucesivas decepciones, viaja desde Nueva York a París y halla esta última ciudad desposeída se su antiguo encanto literario. De igual modo, hace gala de su frialdad política.

He aquí un ejemplo: «Cortázar —le escribe a Antonio Beneyto el 12 de septiembre de 1969— está sumamente politizado desde hace un tiempo. Por lo tanto, si quieres que te responda, escríbele en términos de rebelde enamorado de Cuba mezclado con algo de Rimbaud y sobre todo de Lautréamont. No me estoy burlando de Cortázar, a quien tanto quiero, pero no creo en sus dotes políticas (ni seguramente él tampoco a pesar de sus esfuerzos por engañarse)».

La tendencia hacia la muerte, reiterada en estas páginas como un estribillo que acompaña, velada o explícitamente, a sus versos y piezas en prosa, tiene un colofón que Alejandra sitúa durante la madrugada del 25 de septiembre de 1972. Una sobredosis letal de Seconal sódico es el instrumento elegido para un suicidio que, al decir de algunos, pudo ser accidental.

Cristina Piña, detallista en su narración biográfica, describe lo sucedido en el departamento de Montevideo 980, «en ese entretiempo sin tiempo que transcurrió entre que una amiga la llevara, ya sin vida, al Hospital Pirovano y entregara su cuerpo para que se velara, tapado por la estrella de David como prescriben los ritos». Es entonces cuando los amigos desolados «encontraron las muñecas maquilladas y, junto a sus últimos papeles de trabajo dispersos, un texto perturbador: No quiero ir nada más que hasta el fondo».

En todo caso, según detalla Ana Nuño, la mitificación de su propio fallecimiento «ha acabado produciendo una especie de «relato de la pasión que la recubre con el velo de un Cristo femenino». Abundan los retratos del poeta suicida y Alejandra ingresa en esa galería de espectros añadiendo una etiqueta más a su obra. ¿Alguien discute, a estas alturas, que el malditismo sea un rótulo atractivo?

Como es obvio para Nuño, resultan graves las consecuencias de esa patología consistente en vincular vida y obra. La lectura de todo ello nos conduce a la cuestión del género: «La melancolía, la soledad y el aislamiento, cuando se ponen de manifiesto en la vida de una mujer, son rasgos que admiten ser interpretados como la prueba de un desequilibrio psíquico de tal naturaleza, que puede conducir a su autora al suicidio o la locura. Si es varón el escritor, en cambio, y su obra o vida o ambas manifiestan parecida contextura —la lista es larga, de Hölderlin y Rimbaud a Kafka y Beckett—, ésta suele recibirse como una confirmación del talante visionario del hacedor».

A vueltas con esa conexión entre la obra literaria y la realidad de su autora, Frank Graziano cree que «la obra suicida de Pizarnik sólo puede nombrar una muerte literaria y nunca una real». Es más, el debate sobre si la escritora cometió un suicidio o simplemente erró la dosis, resulta académico en lo concerniente a su creación literaria, pues dicha obra «sólo nombra la muerte que sufrió Pizarnik como autora, como personaje de su propia ficción, cualesquiera que fuesen las intenciones específicas de Pizarnik como persona».


Fuente
Copyright © Guzmán Urrero Peña.


:: Algunos Poemas ::


La Enamorada

Esta lúgubre manía de vivir
esta recóndita humorada de vivir
te arrastra alejandra no lo niegues.

hoy te miraste en el espejo
y te fue triste estabas sola
la luz rugía el aire cantaba
pero tu amado no volvió

enviarás mensajes sonreirás
tremolarás tus manos así volverá
tu amado tan amado

oyes la demente sirena que lo robó
el barco con barbas de espuma
donde murieron las risas
recuerdas el último abrazo
oh nada de angustias
ríe en el pañuelo llora a carcajadas
pero cierra las puertas de tu rostro
para que no digan luego
que aquella mujer enamorada fuiste tú

te remuerden los días
te culpan las noches
te duele la vida tanto tanto
desesperada ¿adónde vas?
desesperada ¡nada más!


"La última inocencia", 1956



El Ausente.

I

La sangre quiere sentarse.
Le han robado su razón de amor.
Ausencia desnuda.
Me deliro, me desplumo.
¿Qué diría el mundo si Dios
lo hubiera abandonado así?

II

Sin ti
el sol cae como un muerto abandonado.
Sin ti
me tomo en mis brazos
y me llevo a la vida
a mendigar fervor.


"Las aventuras perdidas", 1958



Madrugada

Desnudo soñando una noche solar.
He yacido días animales.
El viento y la lluvia me borraron
como a un fuego, como a un poema
escrito en un muro.


"Los trabajos y las noches", 1965


Continuidad

No nombrar las cosas por sus nombres. Las cosas tienen bordes dentados, vegetación lujuriosa. Pero qién habla en la habitación llena de ojos. Quién dentellea con una boca de papel. Nombres que vienen, sombras con máscaras. Cúrame del vacío -dije. (La luz se amaba en mi oscuridad. Supe que ya no había cuando me encontré diciendo: soy yo.) Cúrame- dije.


"Extracción de la Piedra de la Locura", 1968


Cold In Hand Blues

y qué es lo que vas a decir
voy a decir solamente algo
y qué es lo que vas a hacer
voy a ocultarme en el lenguaje
y por qué
tengo miedo


"El Infierno Musical", 1971



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